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Entre tanta moralina, la cordura de Enzo Pérez

El capitán riverplatense expresó públicamente su posición tras el escándalo y dejó en claro el equívoco de su compañero Palavecino

08/05/2023 13:22
El mendocino, referente del "Millo".
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Ese efecto dominó que suelen provocar las bravuconadas se convierten en chispas que, acto seguido, pueden devenir en llamas.

Metáfora mediante, los comportamientos humanos en modo turba responden a un metro patrón cultural impuesto quién sabe desde cuándo.

En la masa se disuelve la identidad.

El fanático no razona, sino que se moviliza por un acto reflejo.

No busca debatir, sino imponer.

Ejerce una fuerza de atracción tal hacia el conjunto que aquella se termina transformando en una fuerza de repulsión.

Y entonces, tal exposición se construye a los ojos del otro como modo de propagar poder tanto en el plano simbólico como en el real.

Un superclásico en el fútbol argentino ha traspasado las fronteras de nuestro país tal como alguna vez lo describió el diario inglés The Observer – la edición dominical de The Guardian-  al citarlo como el primer espectáculo deportivo que se debe vivenciar en directo antes de morir.

Es tanta la tensión que se retroalimenta desde el campo de juego hacia las tribunas y viceversa que el efecto está lejos de disuadirse con el pitazo final del árbitro.

Y en nuestro país, donde las exageraciones son parte de la esencia de la argentinidad, el término medio es visto como un síntoma de debilidad o de resignación.

El árbitro Darío Herrera, con experiencia sobrada en dirigir duelos entre River y Boca, pareció condicionado en la aplicación de las tarjetas porque – se le notaba a través de sus decisiones – quería impedir la aparición de la roja suponiendo que con la amarilla bastaba.

Fue allí, entre los minutos finales del primer tiempo y la totalidad del segundo período, cuando dejó de transmitir seguridad para abrirle la puerta a lo permisivo.

Y, ese estado dubitativo, el futbolista lo percibe.

Entonces, la decantación natural es el rodearlo cuando sanciona una falta y descargar frases en actitud presionante para desgastarlo psicológicamente.

No es nuevo tal método puesto que en el fútbol nacional, sin distinción de categorías, este modus operandi surge naturalmente y quien así no lo propagase podría ser catalogado por el entorno como un jugador sin agallas ni espíritu de cuerpo.

De ahí que el tumulto generalizado tras la ejecución del penal por parte de Borja tampoco es un hecho novedoso.

Las actitudes patoteriles afloran, protegidas por esa argamasa de supuestos que se enraízan en una cuestión identitaria.

Las seis expulsiones – salomónicamente, tres por equipo – le dieron el corolario a un arbitraje que fue de mayor a menor aunque haya acertado en la sanción del penal.

De ahí que, aún con las palpitaciones a mil en el post partido, la cordura con la que Enzo Pérez manifestó públicamente su reacción contraria a la actitud de su compañero Agustín Palavecino gritándole el gol en la cara a diferentes jugadores xeneizes – entre éstos a Sergio “Chiquito” Romero – haya significado un grado de cordura que merece valorarse como un hecho ponderable y significativo.

El capitán riverplatense, con su expresión “lo que quiso Palavecino no está bien” marcó territorio con su razonamiento pero, sobre todo, al haberlo visibilizado en forma pública y no por esconderlo bajo la triste premisa del “de eso no se habla” o, como profesan los códigos mafiosos, el lapidario “silenzio stampa”.

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