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Basta de Maradonizarlo: Leo se Messinizó

Agitó manos en señal de aplausos. Cerró bocas que pronosticaban su fracaso. Y transformó el sueño en una realidad, definitivamente

Redacción
09/01/2023 18:55
Messi y la gloria en Qatar.
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Diego fue Diego y Leo es Leo, al fin y al cabo dos expresiones futbolísticas superlativas hasta ubicarlas en el podio de los más grandes jugadores de todas las épocas, con Pelé completando el escalón faltante. Por una cuestión coyuntural, Maradona y O´Rei se despidieron físicamente en apenas cerca de dos años de diferencia, pero sus respectivos legados provocaron que el paso a la inmortalidad se haya completado explícita y simbólicamente a la vez. En el medio, cual si fuera la resultante de unas coordenadas que llegaron en el momento justo y lugar indicado, Messi alzó la Copa del Mundo en una tierra legendaria como si esto hubiese sido una de las maravillosas historias de Las Mil y una Noches, con alfombra voladora y lámpara de Aladino frotada en esa noche de fábula del 18 de diciembre pasado en el Lusail Stadium.

A poco más de tres semanas de la consagración argentina en Qatar 2022, parecen haber empezado a disiparse ciertas presunciones que generaban más confusión que certezas, sobre todo por lo extemporáneo del planteo. Más que nada porque, tras el golpe de Arabia Saudita que dejó groggy al seleccionado nacional, volvió a sobrevolar en el inconsciente colectivo argentino la imagen maradoneana en modo paternalista como superhéroe de comic. Y, poco después, con la curación acelerada frente a México, que sacó al enfermo de terapia intensiva, la percepción masiva había variado hasta haberse transformado en una frase de ocasión: “Por fin, Leo se maradonizó”.

Ni siquiera la concentración, seguridad y determinación del capitán albiceleste para concretar el gol, que le volvió a abrir la puerta de la esperanza al sueño de La Selección, bastó para que el imaginario popular dejase de lado esa suerte de comparación entre ambas figuras gigantescas y claramente incomparables, Cada uno fue, es y será el mejor del mundo en su época – tal como le sucedió al astro brasileño -. Enfatizar que se es el número uno de todos los tiempos en un ítem específico asoma como presuntuoso.

El excepcional aporte que Diego le dio a la máxima representación del fútbol en la Argentina lo instaló, sin duda alguna, como una figura referencial a escala planetaria. Basta asociarlo con México 1986 e Italia 1990 para que no haga falta ni siquiera argumentar por qué motivo fue tan imprescindible y ultra valorada su presencia. Si bien su performance en España 1982 tuvo sabor a poco y la problemática participación en Estados Unidos 1994 marcó su cierre mundialista, lo hecho en suelo mexicano e italiano lo ubica en un olimpo de dioses futboleros a nivel premium.

 

Leo, con sus medallas y la Copa tan ansiada.

 

Qatar se convirtió en la tierra prometida para Leo. La Messimanía era parte del paisaje en Doha y alrededores, con miles de camisetas a bastones celestes y blancos que llevaban el número 10 más el apellido de cinco letras como si fueran parte de la piel de quienes las vestían, sin importar la nacionalidad u origen. La devoción por la joya máxima se alimentaba con las producciones en alza que Messi desplegaba en cada cancha y frente a adversarios diferentes.

Ya quedaban de lado las poco felices comparaciones con Maradona, sencillamente porque el quiebre ya se había hecho y ya no era, como en mundiales anteriores, el Diez buscando enhebrar a un equipo sino lo contrario: un sólido bloque colectivo dándole respuestas futbolísticas a un genio que recibía la pelota limpia y contaba con colaboradores para armar circuitos de triangulaciones en corto o en largo con vistas a hacerse dueño de la situación y llegar con variantes de juego en bloque hacia las posiciones de definición.

Messi, en definitiva, se Messinizó. Supo dejar atrás aquellas tan inoportunas vinculaciones con el ayer maradoneano y así logró cambiar pasado por presente. Y además, proyectarlo hacia el futuro. Porque encima la antorcha sigue encendida y la posibilidad de jugar una sexta Copa del Mundo ya no resulta una utopía o una exagerada hipótesis. ¿Quién se animaría a decir lo contrario?

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