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Antonio Di Benedetto, un hombre de silencio

10/10/2020 21:04

No hay mucho que contar sobre Antonio Di Benedetto, y sin embargo ¡hay tanto para leer!

Por Jorge Sosa/Mendocinos Famosos

Es uno de los grandes escritores de la Argentina y cuando decimos grande, decimos trascendente, respetado, buen artesano del idioma y con una imaginación increíble.
Antonio nació el 2 de noviembre de 1922 en nuestra provincia. Por un trecho de su camino de preparación estudió Derecho pero después se inclinó por el periodismo, a los 18 años, llegando a ser subdirector del diario Los Andes. Fue desde 1949. Jefe de las secciones de artes, letras de ese periódico y además corresponsal en Mendoza del diario La Prensa. Periodista de los de estirpe, de aquellos que nunca van a aceptar la censura. Pero el escritor escalaba más alto que el periodismo.

Antonio reconoció que allá en su adolescencia, cuando comenzó a escribir fueron sus maestros Fiódor Dostoievski y Luigi Pirandello. Lentamente se fue moldeando su estilo, conciso, mejor preciso, y muy personal, por su inventiva, por la exquisita personalidad de sus personajes y por querer moldear el mundo a través de la poesía.
Publicó su primer libro en 1953, eran cuentos bajo el título “Mundo animal”. Luego construyó cinco novelas, “Zama”, la más famosa, considerada su obra cumbre. Pero también son notables “El silenciero” de 1964, y “Los suicidas” de 1969, una crónica escrita con frases justas, con las palabras absolutamente necesarias, ninguna más.
El 24 de marzo de 1976, el terrible día de la asunción de la junta de militares que derrocó a Isabel Perón, fue arrancado de su despacho del diario Los Andes, para ser encarcelado, vejado y torturado. Nunca supo, nunca le dijeron, por qué lo habían apresado. Tal vez los que lo apresaron y los que mandaron a hacerlo nunca hayan leído una página de las muchas que escribió Di Benedetto. Para ellos era un hombre que pensaba y eso era subversivo. Antonio nunca tuvo respuestas: “Creo que nunca estaré seguro que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente, pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosa de las torturas”.
Estuvo prisionero en Mendoza y en la cárcel de la Plata junto con otro gran pensador mendocino, Ángel Bustelo. Ambos sufrieron la misma violencia, el mismo espanto.
Ayudado por sus amigos de afuera (sobre todo Adela Petroni), logró la libertad y abandonó el país en setiembre de 1977. Se exilió en Francia y luego en España. El exilio fue una tortura más. Uno de sus alivios fueron las charlas con el prestigioso pintor Enrique Sobisch, también mendocino, también exiliado. La nostalgia se vestía de conversación.
Regresó a nuestro país en 1984, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Colaboró con la Casa de Mendoza de Buenos Aires. Murió de un derrame cerebral el 10 de octubre de 1986 en la Capital Federal.
No hay mucho para contar de él, pero hay tantas cosas para leer de lo que él contó. Si el artista es lo que es su obra, Antonio seguirá siendo, mientras resistan sus libros, un gran artista de la mejor Latinoamérica.

Premios y condecoraciones
• Caballero de la Orden de Mérito (1969), Gobierno Italiano.
• Medalla de Oro, Alliance Française (1971)
• Título de miembro fundador del Club de los XIII (1973)
• Beca Guggenheim (1974)
• Gran Premio de Honor de la SADE (1986)

Bibliografía
Mundo animal (1953, 15 cuentos: Mariposas de Koch, Amigo enemigo, Nido en los huesos, Es superable, Reducido, Trueques con muerte, Hombre-perro, En rojo de culpa, Las poderosas improbabilidades, Volamos, Sospechas de perfección, Algo del misterio, Bizcocho para polillas, La comida de los cerdos y Salvada pureza)
• El pentágono (1955, reeditado como Anabella en 1974, novela)
• Zama (1956, novela)
• Grot (1957, reeditado como Cuentos claros en 1969, cuentos)
• Declinación y ángel (1958, cuentos), ilustrado por Enrique Sobisch.
• El cariño de los tontos (1961, cuentos: Caballo en el salitral, El puma blanco y El cariño de los tontos)
• El silenciero (1964, novela), traducida al alemán en 1968 por la Suhrkamp de Fráncfort del Meno.
• Two stories (1965, cuentos)
• Los suicidas (1969, novela)
• El juicio de Dios (1975) (antología de cuentos)
• Absurdos (1978, cuentos)
• Cuentos del exilio (1983, cuentos)
• Sombras, nada más (1985, novela)
• Páginas escogidas (1987)
• Mundo animal. El cariño de los tontos ((2000, Adriana Hidalgo Editora. Contiene los 15 cuentos publicados en 1953 en Mundo animal y los 3 de El cariño de los tontos)
• Cuentos completos (2006, Adriana Hidalgo Editora)
• Trilogía de la espera (2011, El Aleph). Contiene Zama, El silenciero y Los suicidas.

Antonierías

Palabras de Braceli

Rodolfo Braceli, el gran escritor y periodista mendocino, fue ayudante de Antonio en diario Los Andes, amigo, desamigo, y amigo otra vez. Una de las aproximaciones más brillantes escritas sobre nuestro Mendocino Famoso de hoy es de su autoría. Los que quieran profundizar en la vida de Antonio pueden remitirse, seguramente con mucha satisfacción, al libro “Grandes entrevistas de Rodolfo Braceli”, publicado por este mismo diario. Hemos extraído algunos pasajes de su trabajo, por lo cual pedimos disculpas y hacemos público nuestro agradecimiento.

…“Adelma Petroni fue la única persona que lo visitaba, cada jueves, en su cárcel de La Plata. Movió cielo y tierra, escribió cientos de cartas pidiendo por él a premios Nobel de medio mundo, al Senado norteamericano, a los Kennedy, etc, etc. Cuando Antonio fue liberado Adelma le entregó el departamento de su hermano (en Corrientes y Pueyrredón, en Buenos Aires). En plena dictadura, el de ella fue un amor muy arriesgado, total. Adelma se traspapeló en el olvido. Pero por ella, nuestro Di Benedetto salió de la cárcel.

Adelma Petroni contó:

“Me mandaba desde la cárcel cartas donde me decía: ‘Anoche tuve un sueño muy lindo, voy a contártelo’. Y transcribía el texto del cuento con letra microscópica (había que leerla con lupa). Después esos cuentos se editaron bajo el título de ‘Absurdos’”.

Cristina Lucero (mendocina) fue su compañera de los últimos años, cuando Di Benedetto era asesor cultural en Buenos Aires del gobernador de Mendoza (Felipe Llaver). En su departamento de avenida Libertador casi Callao, vivió Antonio hasta el final. Cristina no soportó su muerte. Lo siguió al poco tiempo, por decisión propia.

Años después, en 1977, encarcelado en La Plata, a través de Adelma Petroni, Di Benedetto desesperado me pedirá que le consiga cianuro. Le mandé a decir que él no se suicidará nunca, porque tiene que velar por el destino de sus libros. Con enojo Antonio me contestó que no sea impiadoso, que no le quite la esperanza del suicidio…

Di Benedetto es muy sobrio para vestir y muy prescindente de las modas. Pocas veces se lo verá de sport. Muchas, sí, de traje, grises, oscuros. Casi siempre usa corbata. Y la corbata es siempre negra. Las camisas, blancas. Su actitud literaria se parece a su modo de vestir, sobre todo en eso de ser prescindente de las modas.

Antonio Di Benedetto, por la gracia de la madre y del padre que lo parieron, escribe en castellano, pero en castellano, es decir en castellano, es decir, en este idioma tan maltratado, deshilachado, cada día más estreñido, cada día más anémico. Así es: el escribe como pocos quieren, como pocos pueden, escribe como se debe, sin urgencias. Escribe con una sintaxis que le hace bien a este pobre, a este indefenso idioma nuestro de cada día y cada noche.

…”Pero la leyenda continúa. Y continúa, alevoso, el careteo de colegas e intelectuales que se lavaron las manos, hasta despellejarlas, a partir de aquel atroz marzo de 1976. Durante la prisión y el exilio y el retorno de Antonio practicaron una indiferencia activa. En la actualidad, algunos de estos seres humanos participan asiduamente en mesas redondas, en homenajes que se le hacen a Di Benedetto, así en Mendoza, como en la Biblioteca Nacional, como en la feria Internacional del libro. El apogeo de la impunidad descarada”.

Palabras de Antonio

Sobre él mismo

“Soy argentino pero no he nacido en Buenos Aires. Nací el día de los muertos del año 22. Música para mí la de Bach y la de Beethoven. Y el cante jondo. Bailar no sé. Beber sí sé. Auto no tengo. Prefiero la noche. Prefiero el silencio”

“Yo quería ser político. Me pareció que la abogacía preparaba para eso”.

“En una época los ruidos me hacían mucho mal. Yo para escribir los corría. Ponía la Sinfonía Coral de Beethoven. Inundado de esa música escribía. El manto coral de Beethoven me defendía de las punzadas de los ruidos…”

Sobre su obra

“He escrito varias novelas, pero solo rescato de ellas Zama, que me ha dado muchas satisfacciones. Incluso hay en Madrid una librería que lleva su nombre”.

“De Zama primero tuve claramente el final. Pensé: ¿Y ahora qué le pongo adelante? Me dije: este final es la consecuencia de algo… Tengo que descubrir lo que hay adelante. Adelante estaba yo o el que creía ser yo o el imaginado yo. El yo que estaba descubierto era un hombre angustiado. en una espera desesperada. A ese hombre lo mandé al pasado, para representar la sensación de nada y de vacío. Ya tenía el libro, necesitaba concentrarme, ponerme a pensar. Pedí licencia en el diario. Veintiún días. Me encerré. Escribía todo el día. Terminé dos capítulos de la novela. Pero me faltaba el tercero. Pedí a “Los Andes” ocho días más y en una oficinita arrinconada terminé el libro. En el último tramo usted verá un cambio de estilo. Los primeros capítulos son de frases amplias; el último de frases breves, escrito muy rápidamente. Así nació. Así hice Zama. Zama está dedicado “A las víctimas de la espera”. ¿Anticipó, de alguna manera, su destino? Él lo explica: “Quizás la espera, que era una especie de tormento figurado, era la prefiguración de algo que iba a suceder, pero sin que yo sospechara que lo que estaba esperando fuera, no una gratificación, como es lo que espera el personaje central, sino un castigo. Y en ese sentido trato de explicar lo que me ha ocurrido. Lo que me ha ocurrido ha sido esta persecución de que se me hizo víctima, pero también hay que llamarla expiación injustificada, según los argumentos que se insinuaron para ejecutar, para ejecutarme…”

“Me parece que es un castigo que necesitaba porque yo, al igual que el personaje de la novela, era muy orgulloso, y el orgullo, la presunción, la vanidad, merecen un castigo, a veces, sobre todo si dañan a los demás. Yo me siento responsable de no haber sido suficientemente equitativo con el prójimo… Yo no me porté bien con el prójimo, aunque traté de llevar una vida que puede calificarse de moral y de buena conducta -así lo califico yo, ya veo que los militares no-. Pero, dentro de eso, y no es que le conceda razón a ellos por lo que hicieron conmigo como por lo que han hecho con tanta gente, quizás he tenido alguna apetencia propiciatoria de que me sucediera algún traspié así, porque yo tenía que moderarme, en mis impulsos y en mis ambiciones. Y como moderador ha funcionado mucho”. 

Sobre la literatura

“Yo creo que la buena literatura es agónica, sincera, es la que enfrenta a la gente consigo misma con entereza, con lealtad. Esa verdadera literatura no es cuantiosa, claro. Uno en un millón hace de pronto la Gioconda… Es la muy particular gota que sale de un surtidor…”

Sobre el periodismo

“Me pregunto ante su pregunta: ¿qué es un periodista, por infeliz que sea? Es un tipo que tiene una manía de servicio para los demás. Somos una especie de pequeños héroes miserables al servicio de los demás…”

Sobre el hombre

“Yo pienso mal del hombre -dice el novelista-. No es que yo piense mal de mi semejante, de mi vecino. Sencillamente pienso que yo -como carne, como ente pensante y actuante- no tengo las virtudes que debería tener. Nunca, o muy rara vez, cometo una buena acción… y no es nada frecuente que tenga buenos nobles pensamientos”.

“Funcionamos a base de nuestra trituración diaria y quizá lo que damos a la humanidad son esos gestos compasivos que nosotros ejercitamos como esperando la compasión de los demás. Ahora me pregunto: ¿hasta qué punto me estimo a mí mismo como para pretender ser estimado por los demás? Porque no se es bueno en cada gesto, porque la bondad casi siempre nace de una poderosa lucha para retar el mal, el egoísmo y la envidia a los más oscuros reductos…”

“Porque de todos los ángeles, parece que la mayoría somos ángeles de la destrucción. Yo invito a cada ser, a cada hombre, a que grabe sus palabras y sus pensamientos, desde que su mente se despeja por la mañana hasta que se reposa. Invito a que se vigile, se analice. Verá cuántas maldades, juegos, intereses ha puesto en acción para sobrevivir ese día, es decir, no la eternidad sino una miseria de 24 horas. Y esto es así porque para vivir basta acumular la sobrevivencia de instante en instante, con consagrar todas las fuerzas, como debiera suceder o por lo menos una, la más escondida, la más económica, en algo que sea útil a los demás, para tratar, de ese modo, con esos actos, de dejar de mordernos las entrañas con tanta ferocidad, como ocurre en esta aparente convivencia que es la de los seres humanos. No sé si esto que digo es una maldad… “


“…Lo que más nos asola es la impureza del prójimo, pero resulta que nosotros, para el otro, somos el prójimo. ¿Cómo se cura eso? Yo no soy predicador ni moralista. ¿Pretendo una transformación de la sociedad desde el punto de vista moral? Lo que pretendo es una libertad de los sentimientos basada esencialmente en la pureza, no en la impureza, para que el amor sea un acto verdaderamente redentor y salvador, y cada hombre encuentre en la mujer que elige -y a la inversa- la garantía del goce pleno de la existencia.”

“Yo creo que el hombre no es naturalmente bueno. Por el contrario, las necesidades, el afán de descollar, hacen que el hombre use muchas armas innobles. Si se porta bien es por obligación de la sociedad. Adentro suyo se tortura. Por eso necesitamos la confesión. Por lo común nos rodean oídos sordos. La confesión busca sacar el veneno que tenemos adentro, busca el perdón. ¿Y quién es el que en forma directa nos otorga el perdón? La madre. Yo la perdí. Lo que yo siento en estos momentos es una soledad individual muy profunda, gran pudor en los sentimientos. Se me ha vuelto un tremendo problema exteriorizarlos. Si me juzgo -como todos los que fuimos inventados por Pirandello o Dostoievsky-, me siento solamente culpable y sin redención. Porque, ¿quién me perdonaría? La otra alternativa de confesión la da el amor en pareja, que quizá sea la única salvación del hombre en sociedad”.

Sobre el exilio

“Se debe a que los textos fueron escritos durante los años de exilio, que, bien considerado, vino a ser doble, cuando fui arrancado de mi hogar, mi familia, mi trabajo, los amigos, y luego al pasar a tierras lejanas y ajenas…”
“No se crea que, por más que haya sufrido, estas páginas tienen que constituir necesariamente una crónica ni contener una denuncia ni presentar rasgos políticos. Como me lo han enseñado Lou, el silencio, a veces equivale a una protesta muy aguda”.
“Acaso lo que dejen trascender, especialmente algunos cuentos, es que no pueden haber sido escritos sino por un exiliado. Pero nada más. Ya que son, sencilla y puramente, ficciones”.

Sobre el suicidio

“El suicidio es un gesto, puede ir a continuación del conocimiento. El suicidio creo existió como cosa frecuente en todas las épocas. Tal vez los guerreros al introducirse en las cruzadas eran suicidas, suicidas que buscaban la muerte por un medio indirecto, ya que por religión no podían ejecutarla por la propia mano. Lo notable es que resulta raro que el suicidio se produzca por hambre. El hambriento más bien se mutila para pedir limosna. Lo que origina el suicidio son las grandes vergüenzas, el sentido de la pérdida de la dignidad, el idealismo”.

Sobre el amor

“Lo único que no se pierde y se conserva con la edad es la necesidad de amar y ser amado. A lo mejor una gran idea ayuda a vivir a los demás, pero no a uno… Uno se queda en el territorio del amor y de los sueños. Por eso creo que el gran gesto es el de borrar de una vez los sueños, borrando la causa, que es uno mismo. De ahí que uno reverencie a un tipo como Albert Camus que, aunque no se suicidó, estaba minado por la muerte y dispuesto a recibirla sin esperar el paliativo de la enfermedad. Tuvo la suerte de que la carretera era deslizante… Es la misma suerte que tuvieron, de algún modo Romeo y Julieta. que se murieron antes de que el amor se les gastara”.

Sobre gustos y vocaciones

“Lo voy a sorprender: aunque usted no lo crea yo jugué al fútbol ¿Vio cómo lo sorprendí? Pero sí, es cierto. Jugué en Boca de Bermejo, luego me retiré, en la quinta o en la sexta. Otra cosa que hice porque me lo enseñó mi padre, que era enólogo, es ejercitarme en los cultivos. Me gustan los oficios manuales, he tratado de ser carpintero, tengo martillo y serrucho; y le voy a decir más, lo que realmente me hubiera gustado ser es veterinario, pero en el campo”.

Sobre su madre

“Yo era mi madre. Mi madre era yo. Ya no está mi madre, Rodolfo. Estoy en la edad de morir. Ahora busco mi destino para mi hija, y para mis libros que hice con una fe creadora absoluta, inventándolos…Ahora que mi madre se fue soy un ser aislado y solitario. Para vivir no encuentro nada más razonable que esto. Para morir quisiera un lugar en el que nadie me reconozca. Vivir es un desafío. Morir es un acto de soledad, íntimo, del que ojalá nadie, en mi caso, se sienta partícipe. Cuando eso ocurra, si algo provoco, que no sea llanto sino reflexión”.

 Sobre la muerte

“Un sueño persistente que tengo es este: yo subo escaleras. En cierto momento me detengo, pero no tengo la posibilidad de descender. Tengo que seguir adelante. Adelante está el vacío. Me lanzo. Me lanzo y me toma el agua, y el agua me envuelve. Es un agua dibujada, transparente: desde abajo tiene vegetación que sube. Es un agua que me invita. Yo no sé si estoy ahogado o por ahogarme. Cuando yo pienso en ese sueño veo que esa agua es el símbolo de la vida. Cada vez que me caigo me toma, lo que me toma es la vida, porque vuelvo a subir escaleras y a caer y a subir”.

 “Creo que la muerte, es una gran serenidad… porque en la vida andamos descompuestos”.


Los colegas (opiniones de otros escritores)

Hace cuarenta años, los grandes éxitos de librería como los llaman, nacionales e internacionales, ocultaron, con su barullo injustificado, la aparición de Zama, su obra maestra. Cuatro décadas más tarde, desvanecida ya la feria de ilusiones que nos lo escamoteaba, este texto a la vez épico y discreto, viviente y desgarrador, fulgura todavía entre nosotros. Es cierto que desde su aparición en 1956, varias ediciones confidenciales, casi secretas, se fueron sucediendo en la Argentina y en España, pero su lugar –uno de los primeros– en la narrativa de nuestra lengua no ha venido a ocuparlo todavía. Entre los autores de ficción de este idioma y de este siglo, Di Benedetto es uno de los pocos que tienen un estilo propio, y que ha inventado cada uno de los elementos estructurantes de su narrativa. / Juan José Saer

Fiel a su modo de vida, ajeno a los cócteles literarios y demás oropeles, Di Benedetto ha elegido el silencio. Cuando se extingan las falsas llamas, cuando ni un mísero recuerdo quede de los voceros de la moda, la obra de este solitario mendocino emergerá como una de las más grandes, como una de las perfectas. / Alberto Gonzalez Toro

Ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome. / Jorge Luis Borges


Recuerdo una noche que fuimos a comer a un restorán céntrico y se cortó la luz. A pesar de no interrumpir ni la conversación ni la comida, lo noté tenso, tensión que se hizo manifiesta al caer una cucharita: bastó ese mínimo ruido para que lo sacudiera instantáneamente un sobresalto, también corto y punzante. Acto reflejo, recuerdos quitados de la memoria: “Tomaron tantas precauciones estos sádicos que uno no se podía inmolar, disponer de su existencia. No nos permitían el suicidio. Entonces decreté el olvido”. 
Contradictorio, riguroso, ejecutor por naturaleza, dueño de un pudor especial, de difícil trato pero que permitía -y escuchaba- cualquier tipo de conflicto, aunque medía el consejo. Una de las notas de su carácter era el temor obsesivo de poner en acción, en movimiento, un pensamiento que causara daño o malos entendidos (aunque a veces los propiciaba). /José María Borgello

Aballay revive a Antonio

Por Roberto Suarez

El western “Aballay, el hombre sin miedo”, del realizador porteño Fernando Spiner, aunque tuvo un discreto paso por las pantallas argentinas, recibió el galardón a la mejor película en el I Festival Internacional de Cine Western de Almería (España) y el premio del público del Festival de Cine de Mar del Plata, además de una mención especial del jurado en el Festival de Málaga (España).

La realización de la película “Aballay” fue una forma de que muchos argentinos y mendocinos, fundamentalmente, se reencuentren con nuestro más grande escritor: Antonio Di Benedetto.

Ya antes se llevó al cine otra obra suya, el film “El juicio de Dios”, dirigido por Hugo Fili.

Antonio escribió el cuento “Aballay” en algún momento de su cautiverio entre marzo de 1976 y septiembre de 1977. “Absurdos”, el libro que lo contiene, se editó en 1978, en España.

Di Benedetto, periodista y escritor, nació en nuestra provincia el 2 de noviembre de 1922. Luego de cursar algunos años de abogacía, se dedicó al periodismo. El gobierno de Francia lo becó para realizar estudios superiores en esa especialidad. Como periodista fue corresponsal del diario “La Prensa” y subdirector del Diario Los Andes.

En 1953 publicó su primer libro, “Mundo animal”, con el que inició su brillante carrera de escritor. Las novelas: “El pentágono”, ”Zama”, “El silenciero” y “Los suicidas” y una quincena de relatos de diferente extensión, constituyen un universo narrativo de primer orden, por su unidad estilística y formal y por su lucidez sin concesiones.

Su vida, que era pareja entre sus horas de inspiración y la dirección periodística de Los Andes, se vio alterada por la demencial decisión de la dictadura militar de detenerlo. Fue secuestrado del diario Los Andes y trasladado en vehículos militares preso a la Compañía de Telecomunicaciones del Ejército, de allí al centro clandestino de torturas y desapariciones D-2 y más tarde al penal de Magdalena, dos. (También detuvieron a periodistas de su redacción como Jorge Bonardel, Norma Sibilla, Rafael Morán y Pedro Lucero.) Estuvo preso un año y siete meses, desde marzo de 1976 hasta septiembre de 1977. El 4 de septiembre de ese año es excarcelado gracias a las gestiones de personalidades como Ernesto Sábato, Heinrich Böll y Victoria Ocampo.
Marcha al exilio y se radica en España, hasta su regreso al país en la reinstauración de la democracia en 1985. Es convocado por el gobierno de Raúl Alfonsín para ocupar un cargo de asesor en la Dirección Nacional del Libro. También asesoraba al secretario de Cultura Ramiro de Casabellas. Con el gobernador Felipe Llaver, y mis colegas Norma Sibilla, Rafael Morán y Gabriel Lucero y la escritora Ana de Villalba, organizamos el regreso a Mendoza del brillante escritor. Fue un día inolvidable para tratar de restaurar el daño ocasionado por la dictadura y reivindicar la libertad.

Felipe Llaver lo nombró asesor cultural en la Casa de Mendoza, con el rango de director. Ocupando ese cargo Antonio sufrió un derrame cerebral que lo llevó a la muerte el 10 de octubre de 1986 en Buenos Aires. Con todos los honores el gobierno provincial trajo sus restos para que descansaran definitivamente en el cementerio de la capital.


Un trozo de Zama

“Europa, nieve, mujeres aseadas porque no transpiran con exceso y habitan casas pulidas donde ningún piso es de tierra –reflexiona Zama–. Cuerpos sin ropas en aposentos caldeados, con lumbre y alfombras. Rusia, las princesas. Y yo así, sin unos labios para mis labios, en un país que infinidad de francesas y de rusas, que infinidad de personas en el mundo jamás oyeron mencionar; yo ahí consumido por la necesidad de amar, sin que millones y millones de mujeres y de hombres como yo pudiesen imaginar que yo vivía, que había un tal Diego de Zama, o un hombre sin nombre con unas manos poderosas para capturar la cabeza de una muchacha y modelarla hasta hacerle sangre”.


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